Por Alejandro Langape, corresponsal de NOVA en Cuba
“La ética se imagina que somos de palo”. Algo así le responde en "El amor en los tiempos del cólera", el doctor Juvenal Urbino a una de sus pacientes que le recrimina por tocamientos excesivos durante una consulta. La frase, junto con la primera lágrima, me vino a la cabeza cuando, poco después de la una de la madrugada del 23 de enero abría mi Whatsapp y leía el mensaje de un amigo cubano escritor y periodista que se hacía eco de la noticia del fallecimiento de Chely Lima, aparecida en primer lugar en el blog de la escritora Daína Chaviano.
“Estoy leyendo la entrevista que le hiciste”, añadía mi amigo, y yo seguía dándole vueltas en el magín a la frase del esposo de Fermina Daza y rival de Florentino Ariza y pensando que se acababan para siempre los correos cruzados y las búsquedas en redes sociales de los post y los picotazos de mi bróder de luz. Porque se supone, o al menos muchos manuales de periodismo suponen, e incluso recomiendan como parte de la ética profesional que deberían tener, ya se trate del más humilde de los reporteros o de un “cosechador de Pulitzers”, que entre entrevistado y entrevistador debe mantenerse cierto alejamiento como garantía de objetividad, que todo fluirá mejor si el periodista no llega a involucrarse con las historias personales que va tejiendo el entrevistado y así puede hacer a un lado consideraciones y sutilezas y entrar al trapo y hurgar aunque duela. En fin, confieso que estas consideraciones se fueron al carajo a la hora de ir construyendo mi larga entrevista a Chely Lima, probablemente porque creo que tampoco estos pruritos fueron muy tenidos en cuenta por mi gran paradigma a la hora de hacer entrevistas: la italiana Oriana Fallaci, de quien este humilde freelance ha tomado como divisa que Si una persona tiene talento, se le puede preguntar la cosa más trivial del mundo: siempre responderá de modo brillante y profundo. Si una persona es mediocre, se le puede plantear la pregunta más inteligente del mundo: responderá siempre de manera mediocre.
Y mi entrevista a Chely Lima, marcó profundamente mi corta y seguramente no muy brillante carrera como entrevistador y me permitió establecer una relación en la que, sin llegar a conocernos personalmente (Chely vivía por entonces en Miami, la ciudad donde falleció) puedo asegurar que, más que amigos, llegamos a considerarnos hermanos, no solo en la aventura de escribir, sino también en la de sobrevivir en un entorno que para ninguno de los dos (por diferentes razones) resultaba nada fácil.
Aparecida en tres partes a modo de los antiguos rounds del boxeo no profesional, Transgrediendo los límites apareció en la publicación Alas Tensas gracias a la gentileza de su directora, la intelectual cubana residente en España Ileana Álvarez y, aunque parezca una boutade de este freelance, me atrevería a decir que también fue muy importante para Chely Lima.
En su momento, la entrevista tuvo cierto impacto y fue bastante divulgada entre la intelectualidad cubana, tanto en la isla como en el exilio e incluso replicada en el blog de la conocida escritora Zoé Valdés, y es que Transgrediendo los límites (puede encontrarse en internet),visto años después de su aparición, me sigue pareciendo el mejor de mis trabajos y me cuesta imaginar que este entrevistador tenga el talento suficiente para firmar otra interviú donde mi entrevistado cuente tanto y con tanta sinceridad de sí mismo. Porque he de volver a la cita de Oriana y recordar que, como en toda su variopinta obra, Chely Lima fue brillante y profundo en sus respuestas, capaz de estremecer a los lectores, de transmitir su peculiar universo personal, sus vivencias en Cuba, Ecuador, Argentina, Estados Unidos.
Gracias a la trascendencia de esta entrevista que ahora citan varias publicaciones pude acceder a otros importantes intelectuales cubanos como la propia Zoé Valdés y viviré eternamente agradecido a Chely por ello. Pero más que darme la posibilidad de no ser un completo desconocido para mis futuros entrevistados, conocer a Chely Lima fue un parteaguas en mi trabajo como narrador, aprendiz de poeta, dramaturgo. Entre nosotros se estableció una relación fraternal en la que me convertí en su bro, su hermanito menor (Chely solía usar una palabra japonesa para definir este estatus). Y, más allá de que durante años leyera y comentara vía email mis textos (Chely escribió una hermosa nota para la contracubierta de mi libro de cuentos Cancionero español (Albúm de covers). Volumen 1, publicado por la editorial Primigenios) compartimos ideas y, especialmente, el proyecto de un libro en el que varios de los muchos amigos que Chely y el gran amor de su vida, el también escritor Alberto Serret, hablaran de la vida y obra de este último, indisolublemente ligada a la de miamigo. Chely escribiría una especie de prólogo y yo haría una valoración crítica de una de las últimas novelas de Serret, a lo que uniríamos fotos que recopilamos aquí y allá y las citadas palabras de amigos que incluían a Daína Chaviano, Antonio Orlando Rodríguez, Sergio Andricaín, Gina Picart o Virgilio López Lemus. Los azares del destino hicieron que este proyecto siga en la memoria de mi laptop, donde duermen también aquellos monólogos y textos teatrales de mi autoría que Chely comentó desde el entusiasmo.
En fin, duele tu partida, bro. Duele porque amén del notable poeta de Terriblemente iluminados, el novelista autor de Brujas, el guionista de Shiralad, el dramaturgo, el hombre trans que defendió, con firmeza pero sin herir, su identidad de género, se va alguien que amaba y recomendaba vivir, que, pese a que estoy seguro de que no querría un obituario, entenderá que, aunque mis palabras no estén a la altura de lo que mereces, necesito decirle adiós al hermano, amigo, consejero. Y en medio de ese espacio vacío que queda cuando un amigo se va y que, como asegurara Alberto Cortés, no puede llenar la llegada de otro amigo, me queda, pequeñita, la satisfacción de haberlo conocido, de que nuestra entrevista tocara muchos corazones, incluso alguno muy cercano a mi amigo que, gracias a sus palabras para este entrevistador, pudo abrirse a la comprensión hacia este ser de luz.
Solo ahora, días después de tu partida, me atrevo a decirlo: Adiós, Chely, te quiero, por siempre.